“MEMORIA AGRADECIDA”, SOR ISABEL MARTÍNEZ GASTÓN

50 Años de Consagración a la vida religiosa

Hoy compartimos el testimonio de “Memoria agradecida” de Sor Isabel Martínez cuando cumple 50 años de consagración. Otear la vida desde los 50 años de consagración hospitalaria, te pone en situación inmejorable de sondear la vida por dentro, de escuchar cantos de gratitud, de alabanza de suplicar perdón y de verte qué has hecho con tu vida y con todos los dones recibidos. 

Esta es una situación privilegiada, primero, porque se mira con los ojos de hoy, con la vida cargada de experiencia, con lo conseguido y lo que queda por hacer; sin embargo entre tanta materia hay certezas fuertes y sólidas como el primer día que decidí responder al Señor con un sí, entre osado y tembloroso.

Mi vida ha transcurrido muy sencillamente, sin grades agobios de ninguna clase. Quería ser una discípula de Jesús al estilo de lo que veía en el evangelio; quería vivir acompañada, quería ser única y hacer las cosas siempre nuevas, quería poner siempre lo mejor de mí y ser justa en todas las cuestiones que se presentaran a mi lado. Siempre he querido buscar lo positivo porque me siento turbada en la incertidumbre y ante la dificultad, me dedico a buscar algún resquicio de salida, además de contar siempre con el Señor. 

Cuando miro los comienzos de mi vida y los deseos e ideales que tenía de renovar el mundo, de cambiar la realidad, de llegar a ser el futuro prometedor para el que nos preparaban, una sonrisa incrédula se dibuja en mi cara.

Casi todo se ha hecho mil pedazos y a cambio constato frutos fecundos de vida entregada en oscuridad y silencio. Percibo muchos gestos de misericordia muy pequeños, gestos de fraternidad minúsculos pero intensos, momentos de relación íntima con Jesús, que han dado sentido a mi entrega de por vida; todo esto mezclado de tiempos de sequedad, de sentir ganas de tirar la toalla y abandonar, de necesitar que Alguien me echara una mano al hombro que aliviara mi melancolía.

Hoy pasados 50 años con las goteras amenazando, el realismo se impone. Los años vividos me han revestido de madurez, y la vivencia alcanza a todas las zonas de mi vida. Se agolpan en mi interior, personas, acontecimientos, vivencias, lugares, alegrías, penas, tantos…Vivo como nueva mi presencia en la comunidad, los valores y aporte de cada Hermana, la ternura dispensada a los pacientes de los que tanto he aprendido. Las caídas no las vivo como irremediables, la relación con el Señor no necesita de lugar, él siempre está y, estar bajo su mirada amorosa, llena de sentido y felicidad mi existencia.

Si leyendo lo anterior alguien piensa que describo una vida exitosa y estupenda, le puedo afirmar que no es así, que la vida da mucho de sí, que detrás de un desengaño viene una alegría inesperada, que cada día vuelves al interior con más facilidad a encontrarte con la fuente que refresca y alienta la sed de interioridad. Estoy en la última etapa de la vida. Es momento de quedarse con lo esencial, de centrarse en dar salida a todo lo que pueda servir para construir en el amor la vida comunitaria, es hora de la ternura y compasión hacia los pacientes que necesitan esto de las Hermanas Hospitalarias.

Es hora también de pedir perdón a Dios Padre por haberme saltado en muchas ocasiones sus planes que tenía para mí. Perdón a la Congregación porque siendo un eslabón de esta cadena no he reflejado nítidamente con mis palabras y mis obras lo que es vivir en hospitalidad y servicio. Perdón a mis Hermanas de Comunidad por la incoherencia entre el decir y el hacer, en fin perdón a la Iglesia por no aportar la creatividad y modernidad que este género de vida requiere.

Para terminar, quiero señalar que estoy feliz con lo que he vivido y en lo que me falta quiero vivir en la alegría del seguimiento a Jesús, viviendo como pueblo de Dios peregrino hoy en este pueblo de Zaragoza.

Mil gracias.

Sor Isabel Martínez Gastón